
En esta organización tuve la oportunidad de colaborar directamente con los peregrinos carmelitas, que en principio tenían prioridad por ser parte de nuestra familia. Entre ellos conocí al hermano Tomas La Barriere, sacerdote francés, que residía para aquel entonces, en una casa de soledad del Instituto Nuestra Señora de la Vida, fundación del Beato María Eugenio en Amanalco-México. Su contacto fue muy providencial, pues querían traer a la tierra panameña, las reliquias del Beato María Eugenio. Momento éste importante, pues mientras llegaba la JmJ oficialmente y las actividades propias de estos eventos grandes, la estancia de las reliquias en nuestra capilla fue muy placentera. Había escuchado muy poco de este gran hombre, pues en principio mi primer acercamiento con la figura de Eugenio era para instruirme doctrinalmente y ayudarme a ver procesos. Pero en medio de la angustia que vivía, mi propia vulnerabilidad, me hizo poner la atención en esta grata visita, pues interiormente la atención necesaria. Sentí la necesidad de estar a solas con Dios, pidiendo la intercesión de este gran hombre de Dios, de que pudiera regresar a los esencial de mi alegría, que pudiera ver las cosas con paz, y que pudiera reconocer el rostro de Dios en las cosas que hacía para bien de esta actividad. Esa gran noche estuve en oración, descansando en ella, en presencia de las reliquias de Fray María Eugenio y es justamente ese día, donde recibí por gracia de Dios, la certeza en mi corazón de que algo nuevo pasaba, en mi interior, no se como explicarlo, con la palabra que más puedo representar la experiencia es con la expresión: Confía en mí. Dios pidiéndome abandonarme en Él.
Necesito decirlo, esta grata visita de Eugenio, me cambió las direcciones de mis pensamientos, y me hizo centrarme en que lo que soy y lo que hago, siempre será para Dios. Reconsideré mi vida en ese momento dándome cuenta que la “gracia de Dios” estaba siempre presente. Sentía alegría en mi interior y quedaba la certeza de una amistad en este gran hombre que comenzaba a emerger. Eugenio me ayudó a mirar de nuevo a Dios y a darle alegría a los actos sencillos que hacía en el día a día. Me hizo volver a la primera experiencia de fe, cuando iniciaba mi caminar con Dios.
Hoy por hoy cuando me acerco a leerlo, ya no es con el sentido de adoctrinarme y llenarme de teoría, ahora la lectura es existencial. Cada momento, es un momento de gracia fascinante, porque puedo leer mi historia con su ayuda. Me acuerdo y hay noticia nueva en mí, hasta el punto de sentirme que inicio de nuevo mi caminar: preguntando, observando, contemplando, cono aquella primera vez que conocí el Carmelo.
Siempre me ha acompañado esta frase de las Sagradas Escrituras: “Brazos eternos nos sostienen”, y esto es una verdad que me ilumina y me hace sentirme animado y acompañado. La amistad y mistagogía de nuestros santos en el carmelo son reales. Nos llevan y revelan la ternura de Dios, en medio de escenarios a veces llenos de incertidumbres…Nos llevan a Dios, por cierto, su apostolado tuvo marcado por esta expresión:
Mi misión es conducir las almas a Dios. Esto es verdadero. Su sencillez cautiva y su profundidad transporta a Dios. Hay muchas cosas que contar, pero por el momento deseo expresarlo hasta aquí. Saludos y unidos en oración.
Su hermano: Fr. Gustavo Hernández de la Misericordia de Dios OCD
Carmelita descalzo/Provincia América Central




