El padre María Eugenio del Niño Jesús (Henri Grialou, 1894-1967) fue beatificado el 19 de noviembre de 2016 en Aviñón (Francia). Celebramos con gozo su fiesta litúrgica el 4 de febrero, día aniversario de su ordenación sacerdotal (4 de febrero 1922). Para él fue un gran día de felicidad y acción de gracias. En aquella época uno de los recién ordenados se encargaba de la meditación de la tarde. Le pidieron que la hiciera y así expresó su agradecimiento a Dios:

“¡Soy sacerdote, sacerdote para la eternidad!… Esta palabra me invade, me colma, y por hoy no quisiera escuchar nada más. ¡Soy sacerdote! Mi sueño tan anhelado se ha hecho realidad…Esta mañana el obispo me ha impuesto las manos, me ha consagrado las manos… Mañana pronunciaré la fórmula sacramental y vendrás a mi voz, y te tendré en mis manos, te daré. Jesús, serás mío mañana y todos los días de mi vida”.

Santidad en el día a día

Una de sus grandes convicciones era la santificación en medio de la vida de cada día, decía el 20 de agosto 1955:
“¿Por qué Nuestro Señor, que quiso pasar treinta y tres años en la tierra, pasó treinta en la soledad?,
¿Por qué actuó Jesús así aunque tenía una misión tan grande y tanto trabajo que hacer?
Quiso vivir así para satisfacer una necesidad de adoración y de oración, para vivir una vida ordinaria. Nazaret muestra la perfección de la Encarnación. Es verdaderamente un hombre, que conoce nuestra condición humana; la vivió como nosotros. Quiso decirnos, que para cumplir nuestra misión, sea cual sea su amplitud, lo tenemos que hacer viviendo la realidad cotidiana. Las cosas extraordinarias las haremos cuando Dios lo permita.

Nuestra vida consiste en ese día a día, en el que tenemos que santificarnos y servir a la Iglesia. A esto nos llama Dios.

Queremos hacer cosas extraordinarias, tener un poder extraordinario para poder hacer el bien a todo el mundo. La vida de Nazaret no fue así; es la vida de cada día con sus pequeños incidentes, su monotonía, su banalidad. Pero una intensa vida de Dios se esconde tras esta vida ordinaria; una vida de fe, de amor, de esperanza también, porque este ambiente del día a día no impide a la esperanza estar viva, ¡y muy viva!
María y José han vivido en la oscuridad, pero tenían una esperanza fuerte, viva, que atraerá la realización de las promesas”.