“La Oración”: Puede ser que esta palabra evoque en nosotros algunos recuerdos de esperanzas no logradas, sensaciones de vacío y de aburrimiento, o la nostalgia de momentos maravillosos de nuestra infancia…tan lejanos a día de hoy…
Orar no es fácil. ¿Cómo orar?

Consciente de nuestras dificultades, el Padre Maria-Eugenio no nos da recetas, sino que nos abre perspectivas luminosas y nos anima a perseverar.

La oración es un encuentro, un intercambio afectuoso con Dios. Está ahí, estamos con Él, nuestros dos amores se encuentran. El suyo es infinito y divino, el nuestro es, a menudo, tambaleante pero es filial pues, la oración, en definitiva, no es más que la respiración de nuestra vida de bautizados.

¿Qué hijo no tendría relación con su Padre Bien-Amado? Pues, ya que el Bautismo te ha hecho hijo de Dios, ¡deja actuar tu instinto filial! La oración no tiene un escenario previsto de antemano, no conoce otra ley que “la libre expresión de dos amores que se encuentran y se dan el uno al otro”

No hay que confundir los medios con el fin.

¿Cuál es el mejor método? ¿Cuál te va mejor? No hay que confundir los medios con el fin. Mira a Jesús, Él es el Camino y el objetivo de la oración. A veces, nos desconcierta el no sentir nada.

¿Hay que deducir de ello que perdemos el tiempo? Tenemos que dejar de pensar que la oración es sólo de nuestra parte: ¡No olvidemos que el Señor está ahí y que su alegría es verte en su presencia para colmarte! Y también demostrarle concretamente nuestro amor quedándonos con Él, aun cuando no sentimos nada. Es entonces cuando la fe toma el relevo y fundamenta nuestra certeza: “Vuestro Padre está ahí, en lo secreto. Es el Padre mismo el que os ama. El que tenga sed que venga a mí…” La fe nos hace perseverar en la oración y vencer el desánimo. Permite que la vida de Dios baje a nosotros y nos transforme en el misterio de nuestro corazón. Entre Dios y el alma, “siempre ocurren cosas secretas”.