La Sagrada Escritura

Henri Grialou, durante su niñez, tuvo acceso a la Bibla a través de las lecturas de la misa y del catecismo. Pero, al entrar al Seminario para prepararse al Sacerdocio, se animó a leerla integralmente. Los cuadernos, en los que tomaba apuntes de su lectura, han llegado a nuestras manos y, en ellos se aprecia cómo, en su meditación de la Biblia, busca conocer a ese Dios que le llama y conocer también su manera de actuar.

En uno de ellos, además de cuestionarse su futura misión, escribe a propósito de la palabra divina dirigida a Moisés y a Aarón: “Os haré saber lo que tendréis que hacer”, (Ex 4,15)

En esas misiones especiales, Dios (…) dice en cada momento lo que hay que hacer y ante cualquier dificultad la solución a adoptar. La misión de Moisés es característica del modo de actuar la Providencia divina (marzo 1920)

Père Marie-Eugène méditant à Lourdes en 1933

Siendo joven sacerdote, recién ordenado, entra en el noviciado de los padres carmelitas en Avon. Sigue avanzando en la oscuridad por el camino de su vocación, renunciando durante un tiempo a ejercer un ministerio que le atrae mucho. Apenas llegado, abre su Biblia y cae en el relato del encuentro de Jesús con el rabino judío Nicodemo. Un frase le llama mucho la atención: “Hay que nacer de nuevo” (Jn 3,7) y anota “Hay que nacer de nuevo” (Jn-3,7). Estas palabras me iluminan hoy. Tengo que renacer a una nueva vida (…) Es la luz que Jesús ha puesto en mí con estas palabras. Su palabra es clara, la oigo muy bien (…). No sé cómo Dios me ha traído hasta aquí, tampoco sé dónde quiere conducirme Dios. Lo único que sé es que lo que oigo es su voz. (24.02.1922)

En ese decisivo momento en que su vida toma una nueva orientación, oye la palabra de Jesús que resuena en el Evangelio. Palabra viva que hoy se dirige a él y le pone en situación de confianza, aportándole la luz.

El fruto de su meditación de la Sagrada Escritura en diálogo con la vida, surge en palabras espontáneas cuando comenta las escenas del Evangelio en sus homilías. Nos da la impresión de que entra él mismo en la escena. Igualmente, cuando evoca la multiplicación de los panes que termina con el intento de la muchedumbre de alcanzar a Jesús para hacerle rey. (Jn 6,1-15):

Nuestro Señor rehuye de esto (…). Seguramente aprovecha el momento en que sus apóstoles recogen en cestas el pan sobrante (…). Y ahí, hay un rasgo de su manera de actuar que debemos retener: Nuestro Señor escapa de la muchedumbre y de los apóstoles para retirarse a la montaña. Debía de ser algo habitual que a los apóstoles no les extrañaba. Respetaban esa libertad que Nuestro Señor se tomaba para rezar, para pasar probablemente la noche en la montaña, algo que hacía con mucha frecuencia, y envolverse en la oración. Durante ese tiempo, los apóstoles iban de un lado para otro buscando un lugar donde pasar la noche antes de volver a encontrarse con Él a la mañana siguiente. (20.03.1966)

Retomando lo que el Padre María-Eugenio llama “un rasgo de la manera de actuar de Jesús”, el predicador enseguida saca conclusiones prácticas para aquellos que quieren ser sus discípulos: la demanda de esas muchedumbres hambrientas no le impiden tomarse el tiempo de oración, retirándose en el apacible silencio, al caer la noche.

Durante las horas santas que el Padre María-Eugenio, pasaba con la comunidad de Nuestra Señora de la Vida, el Jueves Santo delante del Santo Sacramento, meditaba la Sagrada Escritura en voz alta. Daba la sensación de olvidarse de sus oyentes para entrar en vivo diálogo con Cristo en el huerto de los olivos. Las palabras de Jesús se convertían en sus propias palabras, las palabras de su oración:

Esta noche, ante esta oración de Getsemaní, – pues Tú rezas, oh Jesús – estoy aún más desconcertado. Sí, Tú rezas: “Oh Padre, haz que este cáliz se aparte de mí” y, a continuación, la oración de resignación: “Hágase Tu voluntad, oh Padre” (Lc-22,42)

Esto es lo que ocurre y es ahí cuando me uno a Ti. Oh Padre hágase Tu voluntad: que se haga en Ti, oh Jesús, porque así es cómo deberás redimirnos. Que se haga en mí. Deseo la unión íntima contigo, transformarme en ti, asemejarme a ti. Deseo ser el sarmiento que da fruto (Jn-15, 1-8), como Tú lo has querido desde toda la eternidad (Misterio Pascual. Contemplación p. 27)

Lo que este maestro espiritual escribe en “Quiero ver a Dios” procede de una experiencia personal. Su profundo conocimiento de Dios es el fruto de una asidua meditación de la Sagrada Escritura que nutre el diálogo vivo de la oración e ilumina su vida:

No hay obra alguna que pueda, en el mismo grado que la sagrada Escritura, iluminarnos acerca de Dios y Cristo, asegurar un alimento más sustancial para nuestra meditación, facilitar el contacto vivo con Jesús y crear la intimidad con él. Proporciona el alimento que necesita el principiante; el perfecto no quiere otro libro, porque él es el único cuyas palabras rebosan para su alma claridades siempre nuevas y sabores siempre fortificantes. (Quiero ver a Dios, pg 236)