Teresa Gárriz López

 

Para hablaros de la devoción, el amor y sobre todo el valor que el padre María Eugenio, como buen carmelita que era, daba a San José, voy a intentar entresacar las ideas más importantes de los textos que tenemos de sus homilías y conferencias 1.

 

San José: Astro escondido en el cielo

San José es para el padre María Eugenio, una de esas estrellas del cielo que durante largo tiempo han permanecido escondidas, pero que “audaces exploradores” – Gerson, San Bernardino de Siena y sobre todo Santa Teresa de Jesús – van a descubrir para ponerle de relieve y señalar la fuerza y la luz que han encontrado en él.

El padre María Eugenio compara a San José con San Juan Bautista. El precursor, desde el principio de su vida, fue un “astro luminoso”: Su nacimiento se vio rodeado de prodigios y ocurrió de forma luminosa, con alegría y júbilo. Su misión iba a ser muy importante pues tenía que anunciar la venida del Mesías y preparar su vida pública con su predicación elocuente y su autoridad de profeta.

Pero hay otras almas con misiones muy importantes también que, sin embargo, permanecen ocultas. Entre ellas el padre María Eugenio ve a San José. Él, aunque escondido, está junto al gran rey ejerciendo una autoridad sobre él, viviendo con él. Es decir, teniendo con él relaciones de familia.

¿Por qué tantos siglos de silencio y oscuridad? El padre María Eugenio presenta la figura de San José como envuelta en una “nube luminosa”, “nube de la fe” que rodea todos los misterios divinos.

 

San José: Manto protector de la vida oculta de Jesús

El padre María Eugenio se fija sobre todo en la vida oculta de Jesús, porque es allí donde él va a desempeñar su misión.

San José va a ser el manto protector del que Dios se va a servir para ocultar la realización del misterio de la Encarnación. El manto destinado a ocultar a Cristo no debía ser brillante, aunque no por eso menos hermoso ni de menos valor a los ojos de Dios. Protegerá la virginidad de María. Protegerá también su maternidad. Durante toda su vida, José será el esposo de María y el padre de Jesús. De este modo el Verbo Encarnado podrá crecer y esconder su divinidad hasta el día en que quiera manifestarse.

San José ha estado siempre asociado a la realización del misterio de la Encarnación, del que fue el testigo más próximo después de María. En ello ve el padre María Eugenio la gran dignidad de San José. Fue el cooperador exterior pero real en este gran misterio. ¡Qué cercanía la de San José con este misterio, y qué mirada tan profunda la de su fe que supo penetrar en los designios de Dios y sobre todo realizarlos!

Vivió en la oscuridad, pero Dios, cada vez que era necesario, le desvelaba el misterio muy a menudo en sueños y a través de un ángel.

Después de la Anunciación, el padre María Eugenio comprende el drama que debió vivir San José por la gran estima que tenía a María. ¿Se habría equivocado? Como hombre justo, renunciará simplemente a casarse con ella, y esto en el silencio, discretamente. No le quiere hacer daño. Y aquí es cuando se le aparece el ángel del Señor en un sueño, en la noche. No como a Zacarías, en el Templo y con manifestaciones exteriores. E inmediatamente, San José acepta con sencillez el testimonio del ángel sobre la Anunciación y la Encarnación. Y no se trataba únicamente de creer, porque en ello estaba comprometida su vida entera. Aceptar esta unión con María era aceptar ser el padre adoptivo de Jesús y las preocupaciones asociadas a esta paternidad: esta será su misión.

José, al mismo tiempo, se convierte en guardián de un secreto. María también tiene el suyo. Seguro que juntos hablaron de ello.

Después, el padre María Eugenio mira el nacimiento de Jesús, nacimiento que estará rodeado de prodigios y también de pobreza y humildad. Las luces extraordinarias afianzaron la fe de San José y su confianza aportándole seguramente una gran serenidad. Pero la mayoría de estas manifestaciones no le están destinadas directamente. Los pastores y los magos no se dirigen a él y Simeón sólo se dirige a María, a él no le dice nada. Y al no ser interlocutor permanece un poco al margen.

De regreso, en Nazaret, llevan una vida totalmente ordinaria. José es artesano. La Virgen María guarda todo en su corazón. El Niño Jesús crece como todos los niños. Exteriormente no hay nada relevante. La divinidad quiere permanecer oculta. Nazaret es la vida ordinaria con sus pequeños incidentes, su monotonía, su casi nada… y San José estaba ahí para proteger esta atmósfera.

El incidente del viaje a Jerusalén, cuando Jesús tiene 12 años, es un episodio doloroso, pero también luminoso. Este niño, el rey del mundo, se había perdido. Dolorosa y difícil prueba para María y José. Cuando lo encuentran en el Templo, en medio de los doctores, María habla, pero José no dice nada. Ella es la madre, pero él es sólo el padre adoptivo. Lo sabe y permanece en su lugar, sin frustraciones.

Y cuando ya no es necesario, porque Jesús puede ocuparse de María y ganarse la vida, desaparece. Los evangelistas no ven necesario contarlo. Pero podemos suponer que murió rodeado de Jesús y de María. No hay mejor muerte, y por eso San José es el patrón de la buena muerte.

 

San José: Maestro de oración

De la mano de Santa Teresa, el padre María Eugenio ve a San José como maestro de oración.

¿Quién mejor que San José pudo sumergir su mirada a cada instante en las fuentes cristalinas que le ofrecían los ojos y el pecho de Jesús, el Verbo Encarnado? Vivió constantemente en presencia de Jesús y con mirada de fe, pues el proyecto de Dios siempre fue un misterio para él. Vivió en esta luz gracias al Verbo Encarnado. Bebió de la fuente del Verbo eterno, de la fuente de la vida, de la fuente del corazón de Jesús. Se alimentó de ella y en ella encontraba también una necesidad de penetrar cada vez más hondo en el misterio de Dios, en el misterio de la Trinidad, del cual tenía una manifestación sensible en Jesús, Verbo Encarnado.

Qué sencillez en la mirada del padre María Eugenio sobre la oración de San José cuando nos dice que, por la tarde, en Nazaret, San José hacía oración hablando con la Virgen María y el Niño Jesús. Conversaban, pero también guardaban silencio para mirarse a los ojos y entrar en sus almas. La oración de José era una mirada de fe, mirada sencilla y silenciosa que le permitía entrar en la profundidad del misterio: es la oración contemplativa.

 

San José: alta dignidad envuelta en humildad

Pero creo que lo que más llama la atención de San José en el padre María Eugenio es que esa gracia tan grande iba acompañada de una gran humildad.

Eran tres: Jesús, María y José, pero él es el último, lo sabe. Aunque es el jefe de la Sagrada familia, es el tercero, no tiene ninguna duda. Esto no le impide actuar cuando siente que tiene que hacerlo. Pero sabe que ocupa el tercer lugar. Y en función de esta percepción que tenía realizó toda su misión. En esta aceptación de su gracia, sencilla, sin historias, sin protestas, San José nos muestra su humildad. Le fue fácil seguramente no sentirse superior a María, y por supuesto, a Jesús, pero podía haber mostrado una cierta superioridad en relación con los habitantes de Nazaret. Nada de eso vemos en José, ha permanecido humilde en todo momento. En él, su humildad creció al mismo ritmo que la gracia. La gracia, cuando es verdadera, por muy grande que sea, es humilde, porque es gratis, es don, la recibimos, no nos la podemos atribuir y vanagloriarnos. La humildad es andar en verdad.

Estas actitudes que hemos visto en San José y que hacen de él un Santo tan grande y al mismo tiempo tan cercano, el padre María Eugenio insistía siempre para que se las pidiésemos, sabiendo que su poder de intercesión con María y Jesús era tan seguro como grande fue su intimidad con ellos:

  • San José será nuestro maestro y patrón. Nos enseñará a realizar nuestro deber de estado como buenos obreros, sencillamente. A no perder el gusto por la vida oculta, ordinaria. A que nuestro testimonio esté encarnado en esta vida ordinaria y no en las situaciones extraordinarias.
  • San José nos enseñará a simplificar nuestra mirada de fe y a mantenerla viva en el tiempo. Será nuestro maestro de oración. Nos enseñará a leer el Evangelio, a que nos baste esta luz sencilla, despojada. A que sepamos contentarnos con la presencia de Jesús y de María, a que en ese contacto encontremos lo esencial para nuestra vida espiritual y cumplir con nuestra misión.
  • San José nos enseñará la verdadera humildad, a mirar sólo a Dios y a los dones de Dios en nosotros, para que sepamos desaparecer y que sólo demos testimonio de Él.

Pidámosle que nos impida ceder a la tendencia del exhibicionismo de quien cree que para que haya bien tiene que haber brillo.

  • San José nos protegerá como protegió a María y a Jesús, y nos enseñará también a amarlos y a protegerlos para que Dios siga vivo y presente en nuestra sociedad.

Espero haberos mostrado bien que la relación del padre María Eugenio con San José no es una pequeña devoción entre tantas otras, sino que ha configurado su vida y su experiencia espiritual.

Que todas sus enseñanzas sobre San José nos ayuden a que este año a él dedicado sea un momento importante en nuestra vida de fe, esperanza y amor.

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1. Me permitiré a menudo, por ser su hija, parafrasearle. Será mi manera de haceros penetrar en su pensamiento y en su contemplación sin citarle constantemente.